No fui yo quien sembró…

No fui yo quien sembró peces de colores cuando te vi.

En la lejanía, tampoco fui yo quien inventó nuestro momento...

Y fue perfecto...

La culpa fue sólo tuya, pintaste de azul el horizonte, le diste vuelo a mis alas dormidas y me llevaste a ese viaje sin regreso.

Ahora lo sé, sólo fue culpa tuya por empujarme al abismo de tus ojos, por no dejarme pensar y envolver mi aliento entre tus brazos.

Se que no fui yo, lo sé...

Sólo tú derrumbaste mis murallas, invadiste la tranquilidad del espejo donde brillaba mi reflejo solitario...

No fui yo quien espantó mi sueño por las noches, fuiste tú, sólo tú, definitivamente no fui yo.

Tú te robaste mis besos y mi cuerpo, mi día y mi noche, mi vida y mi muerte...

Fuiste tú quien prendió fuego a mis sentidos y nunca más volveré a ser como yo era antes que tú fueras.

Como si nada, de la nada misma que significa para nosotros muchas veces esa muchedumbre que a diario nos rodea y sin saberlo, sin esperarlo, sin planearlo, de repente, casi por milagro, en una cita corriente, compartiendo una mesa cualquiera, en un lugar cualquiera, mis ojos se vieron invadidos por tu mirada y mi piel recibió el mensaje de tu piel y así de repente, de no ser nadie para mí, de nunca haber tenido el más mínimo indicio de tu existencia, te apareciste en mi vida e inundaste mis sentidos de todos tus encantos.

Y así con cada mirada, con cada respiro del aire que envolvía nuestros cuerpos, te fuiste transformando para mí, en una persona, con un nombre y una imagen conocida...

Ya no eras nadie, empezabas a ser tú para mí... tu mirada me mordía por dentro descontrolando mis sentidos, tu espíritu juguetón comenzó a ser escarnio de mi timidez y con cada punzada de tus encantos, mi corazón se estremecía acelerando el torrente vital que me recorría con un gélido calor de pies a cabeza.

Cuando ya era la hora de seguir nuestro viaje, tu hacia tu mundo y yo hacia mi esfera, una mirada cómplice acompañó nuestra despedida, como queriendo suspender el momento y hacer de ese segundo un montón de vida.

Nos alejamos quizás íntimamente con alguna esperanza de volver a sentir lo sentido o quizás sólo agradeciendo el momento vivido.

Pero luego, de vuelta al desierto de lo cotidiano y en cualquier momento y sin mediar nada de por medio, tú aparecías a cada instante por mi mente y tu mirada, tu voz, tu risa generosa, tus gestos al hablar, se convertían en un bálsamo para mi opaca existencia... pero yo sabía que eras parte de otro mundo, que otros buscan y necesitan de tu presencia y pensé en ese instante sacarte de mí, pero eso ya era imposible, porque sólo quería retenerte.

Tú siempre más directa y más abierta, diste ese primer paso, sembrando en mí la semilla de la esperanza...

¿Acaso podrá ser real?

0 comentarios:

Return top