Somos almas unidas por un mismo lazo de amor.
Forjadas con oro líquido y pulido con la mejor seda que se pudiese crear.
Ubicados en lo más profundo del corazón.
Tú… como la flor abundante en los caminos.
Sentada junto al río.
Sonriendo a la brisa que al mismo tiempo toca tu suave cara llena de alegría.
Tú… parada en lo más alto.
Observando la belleza del lugar.
Y descubriendo nuevos horizontes por navegar.
Tú… como el aire puro y limpio con el que yo puedo respirar.
Y me despierto temprano y lo primero que veo es aquel jardín de hermosas rojas.
Susurra el viento exclamando tu nombre.
Las rosas se mueven de un lado a otro.
Y en cada una de ellas se asemeja tu lindo rostro y me sonríes.
El viento cesa.
La imagen angelical de tu rostro desaparece.
Dejando rastro con los pétalos de aquel jardín.
No puedo estar alejado de ti.
Necesito de tu eterno cariño.
Tengo hambre de amor.
Tengo ganas de ti.
Tú… esperando mi llegada.
Nuestros corazones laten aceleradamente.
Todo nos favorece… el agua, el aire, el fuego, la tierra.
Aquel mundo de insospechables lugares es nuestro.
Todo creado para ser perfecto.
Los pilares de nuestras vidas sostienen aquel lugar.
Ubicado en el sendero de nuestros corazones.
En la profundidad de lo eterno.
Tú sabes dónde está.
Pues me llevas a cada instante para mostrarme lo bello que es amar.
Tardes de invierno.
Tardes de otoño.
Tardes de verano y primavera.
Lo único que deseo es pasar el tiempo a tu lado.
Cierro mis ojos y te veo.
Miro al cielo y te siento.
Sopla el viento y grita tu nombre.
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