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Afortunados a los que se nos permite…

Afortunados a los que se nos permite poder viajar a conocer otros países, adentrarnos en su historia, en sus distintos escenarios que han afrontado en su crecimiento, en las distintas épocas transitadas.

Convivir esos momentos de permanencia en esos países es algo maravilloso por lo que generan, lo que hacen incidencia significativa en nuestra implosión interna y nos conllevan a estados de conciencia extraordinarios de cómo el ser humano se ha comportado hasta el presente.

Cada país tiene su propia riqueza cultural, su legado histórico que ha afrontado, su pasado, su presente y sus perspectivas hacia ese futuro que seguramente ya no estaremos.

No nos debe sorprender, que se escriba al respecto de viajar, que cuando uno lo hace se debe recordar que la que viaja en realidad es el alma y que lleva aparejado el espíritu inquieto, lastimado por la monotonía, por el estrés diario, por los problemas cotidianos, por lo que nos hace sufrir a diario, por esto y también por aquello y entonces el alma sugiere al espíritu que se escapen y luego invitan al cuerpo para que se mueva y convenza a la mente que haga todos los arreglos para sacarle provecho a ese momento, disfrutarlo, crecer y agradecer la oportunidad que se nos da de mantenernos vivos, atento a sacarle provecho intensamente a los estímulos que se generan.

Es sabido además, que cuando uno se propone viajar, tal vez le pasan por la mente muchas ideas evocadoras de lugares míticos o sugerentes, a veces el mar es un gran favorito, las montañas lo serán para otros, para otros más osados las alturas, los paisajes alpinos, los deportes de gran peligro, los rápidos de los ríos y tal vez para otros simplemente los lugares con “ambiente”, gente alegre, la disco, los bares, los museos, en fin, hay tantos lugares como personas existimos, todo va de acuerdo a lo que el espíritu demanda para alimentar el alma y darle oportunidad a la mente a que genere ideas, conteste respuestas a las muchas interrogantes que el diario vivir nos demanda.

Es algo maravilloso experimentar el poder confundirse con seres humanos de otros países, en donde no se tienen compromisos, interrelaciones preestablecidas, en donde no se ha vivido en ese entorno, sorprendernos como éste aviva al espíritu, acicatea al pensamiento, se demanda información, se va detrás de lo nuevo, de aquellos destellos que incrementan nuestros niveles de superación que nos dan felicidad, alegría y muchas veces sorpresas, de lo gigante que es el ser humano, pero también de lo majestuoso que es nuestro creador, de esa esencia que forjo todo esto.

Es necesario para el ser que esta designado para este planeta y a quien se le ha dado la oportunidad de vivir en él, conocerlo, salir de lo monótono y tedioso y hacer un viaje a donde se libere el alma, donde se conozcan gentes nuevas o quizás donde se nos permita estar solos, frente a una de las imágenes o paisajes donde descansa el espíritu y se nutre el alma.

Sorprenderse conviviendo en esos escenarios muy distintos a lo que uno ha estado acostumbrado invitan a tomar más conciencia de lo grande que es el ser humano, más cuando se le da oportunidad a la mente de expresar su potencia en todas las artes, de saberse compartir e invitarnos a ser cada vez mejores, de crecer día a día, aprovechándose la oportunidad de vivir, de no dejarse atrapar por la avaricia, el materialismo, evitar que se gene la desarmonía, el odio, las ambiciones de poder que conllevan a guerras, destruyendo todo, mancillando la pureza del alma, su esencia divina en donde se genera todo lo que el mundo material presenta.

El viajar y estar decido a sacarle provecho a la oportunidad es atreverse a compenetrase con otros entornos, con otros escenarios que invitan a crecer.

A confundirse con los otros, seres humanos que somos, a pesar de los idiomas, idiosincrasia, cultura, sin descuidar que lo podemos hacer por que somos de la misma esencia divina y si nos proponemos logramos interrelacionarnos.

Debe estar plenamente identificado el viajar con el deseo de experimentar, aprovechar la oportunidad de vivir, adentrase con el aquí y el ahora, saber manejar adecuadamente los estímulos que se manifiestan, las emociones, los colores, la gente, los lugares, la nueva luz, el atardecer, los ríos, mares, lagos, las palomas, las caras interesante, los personajes increíbles, las comidas, el cafecito servido en las mesas que se habilitan en la aceras, compartirlo de poderse, con la compañera, sentarnos y ver pasar a aquellos que me dan mi plena existencia.

Se observan tantas maravillas, que antes de crearse estas maravillas, antes seguramente fueron solo ideas, imágenes en la mente de su inspirador.

Con ellas la tarea siguiente sin duda fue la de comentar su viabilidad, el recibir las opiniones y las críticas que siempre surgen de aquellos que encuentran cien millones de objeciones y que intentan de mil maneras hacer que su imaginativo visionario desista de su ilógica e imposible idea.

Se imaginan ustedes cuántas maravillas nos hubiéramos privado de tener lugar esas críticas, nos hubieran privado de la majestuosa presencia de muchas obras de arte.

Definitivamente, viajar y adentrarse en el aprovechamiento de la oportunidad que se nos da para conocer otros escenarios, es algo que ayuda a crecer, a sorprendernos lo maravilloso que son los seres humanos cuando unidos realizan labores que son majestuosos, extraordinarias, en donde podemos contemplar la esencia del arte en todo sus expresiones y el disfrutarlo definitivamente es una bendición.

Es usual que los humanos…

Es usual que los humanos busquemos aprobación y apoyo en otros, por necesidad real o aprendizaje sociocultural.

Lo que debe evitarse es el apego, la dependencia, que limita el desarrollo de una personalidad sana y madura, donde lo normal es la autonomía, es decir, pensar, elegir y decidir por uno mismo.

Desde el momento mismo de la concepción, la criatura que se forma en el vientre materno, ya es dependiente.

Requiere, para nacer sano, numerosos cuidados de la madre y especialistas que faciliten su ingreso al mundo como persona con vida propia.

Ya nacido, el niño demanda compañía, estimulación y atenciones que no podría proveerse por sí mismo.

Así crece y atraviesa niñez, pubertad y adolescencia hasta llegar a ser adulto.

En esta etapa es adecuado esperar a que desarrolle un estilo de ser propio y cierta autonomía.

Sin embargo…

Por genética, arquetipos, aprendizaje o voluntad, puede verse que muchas personas luego de cruzar la barrera de los 30 años, muestran dificultad en independizarse mental, emocional y materialmente.

Continúan viviendo con sus padres u otros parientes o ya lejos de ellos, buscan su opinión y apoyo para tomar decisiones a veces simples e intrascendentes.

Si esta conducta es reforzada en el hogar materno, las consecuencias en el desarrollo emocional pueden ser inseguridad baja autonomía e incapacidad de decisión adulta.

Pero…

¿Qué es la autonomía?

Para mí, es la capacidad y disposición a pensar, elegir y actuar de manera independiente, sin experimentar ansiedad o culpa.

La autonomía se expresa en conductas concretas como realizar actividades de autoatención, visitar lugares sin requerir compulsivamente la presencia de otros, comprar productos o servicios sin esperar aprobación de otros, manejar la soledad adecuadamente si fuese necesario o rechazar una invitación grata pero prescindible.

La autonomía es una forma de libertad, que revela alta autoestima, pues revela confianza en uno mismo, sentido de control de la propia vida y madurez psicológica.

Puede asociarse con la autenticidad en el sentido de que la persona con autonomía ejerce su libre albedrío sin la urgencia de caer bien o complacer a otros, en detrimento de sus deseos y necesidades reales.

La autonomía nos lleva a vivir por leyes personales, por una ética que dicta lo correcto, lo sano, lo adecuado, lo necesario, nos dota de congruencia, nos aleja de tener que asumir deberes indeseados e innecesarios y de quedar comprometidos por los favores que nos han hecho.

La autonomía es maravillosamente liberadora.

Sabemos que no estamos actuando de manera autónoma cuando orientamos la conducta a complacer a otros y nos sentimos culpables por ello, cuando llenamos la agenda con actividades que odiamos realizar pero que creemos socialmente necesarias, aunque después, en la sinceridad de la soledad, experimentemos vació y frustración.

No se trata de convertirnos en egoístas o desadaptados sociales, sino de saber cuando es realmente indispensable intervenir a favor de otros, qué es lo más justo para nuestros objetivos y bienestar emocional.

La solidaridad se le brinda a los débiles, no a los cómodos.

La autonomía tiene muchas ventajas, pues aumenta nuestra seguridad personal, reduce la ansiedad de la soledad y marca distancia a los abusadores, controladores y entrometidos.

Los padres que deseen ayudar a sus hijos, deberán dejarlos que aprendan a decidir por ellos y resolver sus problemas sin intromisión, aunque con apoyo ofrecido sin presión, o brindado cuando sea solicitado.

Los padres exitosos son los que logran que sus hijos no dependan de ellos.

Cómo podemos entender…

¿Cómo podemos entender la autoestima?

Pues bien, la autoestima es una capacidad que potencia todas nuestras otras habilidades.

Consiste en estar consciente de uno mismo y ser capaz de comprenderse, aceptarse y respetarse.

Implica saber quién eres y el entender porque piensas, sientes y te comportas de la forma en que lo haces.

Con seguridad todos coincidiremos en sostener que el amor es el más fuerte impulsor en nuestras relaciones interpersonales.

Me estoy refiriendo al amor en todas sus pluralidades y formas, el de padres a hijos, de pareja, de amigos, etc.

Por ello, a menudo nos preocupamos de obtenerlo y cuidarlo.

Algunos incluso grafican las cosas así…

- Sin amor la vida no tiene sentido.

Pero…

¿Qué hay del primer amor?

Bueno, aquí no me estoy refiriendo a aquella primera gran pasión que ha podido abordar nuestra mente y corazón.

No, sino del elemental… del amor por uno mismo.

Se resume en una palabra… autoestima.

La autoestima es una capacidad que a su vez forma parte de la aptitud intrapersonal, la cual incluye también habilidades como la autoconciencia emocional, asertividad, autorrealización e independencia… todos elementos de la inteligencia emocional.

Parece mentira, pero éste es el amor menos practicado en nuestra sociedad.

De ahí el problema para relacionarnos efectivamente con otros.

Si no tienes una buena relación contigo mismo, es poco lo que puedes esperar de los demás.

Una de las claves de la autoestima es la capacidad de autoconciencia, de la cual va a depender una autovaloración precisa de nuestras limitaciones y posibilidades.

En un mundo cada vez más competitivo esto se constituye en una ventaja apreciable, ya que nos lleva a focalizar esfuerzos hacia lo que queremos mejorar, dándonos la oportunidad de compensar nuestras inconsistencias.

El admitir carencias nos permite hacer algo al respecto.

¿Qué importancia tiene esto?

Es sencillo, nos lleva a la autoaceptación, gracias a lo cual podemos reforzar nuestra identidad como personas.

Lo contrario nos causa sentimientos de inadecuación e inferioridad.

Alguna vez oí la siguiente…

- Tendemos a ser lo que creemos que somos.

Frase con mucho sentido, pues solemos ser creadores de profecías, de nuestros propios destinos, ya que tenemos la propensión a actuar según lo que esperamos de nosotros mismos.

Las personas con un nivel de autoestima saludable son fácilmente distinguibles de los demás.

Se les nota como individuos seguros de sí, con un buen sentido de auto confianza, que se sienten realmente bien por cómo son, todo lo cual los lleva a sentirse capaces de tomar los retos de la vida y de correr riesgos.

Por otra parte las personas con un nivel de autoestima pobre se sienten intimidadas ante otros, sus actitudes pesimistas y negativas hacia sí mismas los lleva a albergar sentimientos de poca valía, su sentido de auto identidad es pobre, pues no han logrado aceptar sus carencias ni sopesar correctamente sus posibilidades reales.

Sus sentimientos de inferioridad le hacen sentir una falta de fortaleza interna, así como acarrea otros sentimientos de desesperanza y miedo, incluso de auto desprecio.

Esto los lleva a la inacción, pues temen hacer cosas y parecer ineptos al intentarlo y lamentablemente terminan siendo vistos así.

Es todo un círculo vicioso.

Hay que recordar que a uno lo tratan como uno enseña que lo traten.

El individuo que se quiere a sí mismo es todo lo contrario, su sentido de auto identidad es fuerte.

Confía en sus propias capacidades, es conocedor de sus limitaciones y sabe cómo nivelarlas… establece alianzas que compensen sus puntos débiles.

Por ejemplo, si en la escuela, academia o universidad es consciente de su pericia para el razonamiento verbal y a su vez de su falta de habilidad para la geometría se aliará con otro compañero fuerte en esa última área, de quien pueda aprender y con quien pueda compartir lo que sabe.

No siente vergüenza en admitir carencias, por eso es un individuo decisivo.

Su sentido de auto confianza está alineado con la realidad, es capaz de mantener sus propios puntos de vista incluso cuando éstos son impopulares.

El pobre en autoestima, en cambio, hace que su propia valía dependa de lo que otros piensen o digan, por ello siempre necesita que los demás lo aprueben, constantemente busca agradar a todos, nunca puede ser él mismo.

No tiene la convicción esencial para asumir las decisiones y los retos más desafiantes, pues teme que cada falla le confirme su sentido de incompetencia.

Quien adolece de esta capacidad tiene su propio enemigo interno, algo así como una voz que siempre le dice… no puedes, desaprovechando así las oportunidades.

Nuestras habilidades por sí mismas no son suficientes para garantizarnos el mejor desempeño, tenemos que creer en ellas para explotarlas al máximo.

Estudios diversos han demostrado que la capacidad de auto confianza es la que hace diferencia incluso entre individuos de inteligencia general equivalente.

Sin duda, concordarás con todo lo anterior, pero probablemente puedas pensar que el amor por uno mismo, puede también ser una señal de egoísmo.

Nada más falso.

El verdadero querer no tiene que ver nada con la soberbia, la cual es más bien reflejo de una personalidad pobre en autoestima, en realidad se trata de un mecanismo de defensa que algunos individuos emplean, pues necesitan creer que los demás son menos que él a fin de aparentar una superioridad que sólo oculta sus propios sentimientos de incompetencia.

Solemos atribuir los grandes problemas del mundo a la falta de amor entre los hombres.

Uno tiene que ser el cambio que quiere en el mundo.

Si no estás queriéndote lo suficiente entonces estás viviendo por debajo de tu capacidad real.

Los pretextos no existen.

¿Te arriesgas a quererte?

Ante la necesidad o el deseo…

Ante la necesidad o el deseo de mejorar nuestra vida, de lograr lo que se desea y de experimentar bienestar, se hace necesario mirar hacia adentro, donde se encuentra la clave de todo proceso de cambio personal… la autoestima, timón de vida, que nos conduce al éxito o al fracaso.

Es una tendencia humana irrefrenable, experimentar un fuerte deseo de superación.

No conozco, en más de 17 años de trabajo en este fascinante campo, a una sola persona que no haya sentido el poderoso llamado del mejoramiento personal.

A pesar de ese llamado, existe una serie de bloqueos o limitaciones tanto externas como internas que hacen “cuesta arriba” la senda hacia los objetivos anhelados.

Nacer con limitaciones mentales o físicas, padecer enfermedades tempranas, vivir en un ambiente político que suprima las oportunidades o impida el reconocimiento de los méritos y crecer bajo la presión inmisericorde de la pobreza material, son algunos de los agentes que parecen escapar a nuestro control voluntario.

En cuanto a los factores internos, esos que dependen directamente del individuo, podemos englobar varios de ellos en un solo macro factor que los contiene… la baja autoestima.

La baja autoestima es una condición limitante surgida en la subjetividad de cada persona, que le hace creer que carece de las capacidades requeridas para el éxito y el bienestar emocional, así como un bajo sentido de merecimiento, que ancla a la persona en la inercia y la resignación.

Algunos de los factores externos pueden ser pasajeros y muchos de los que sufren estas limitaciones exógenas, logran evadirlas trasladándose a otros escenarios, o superarlas con esfuerzo propio y apoyo de otros.

En cuanto a las debilidades de autoestima, corresponde a cada uno el reto de recuperar su confianza y desarrollar las cualidades que posibiliten su superación, el logro estable de sus más preciadas metas y la definición de valores y propósitos, los cuales dan en conjunto una visión y una sensación de sentido y congruencia general.

Desarrollar la autoestima implica trabajar en varios aspectos, tales como… conciencia, confianza, responsabilidad, voluntad, iniciativa, creatividad, disciplina y audacia, todos pilares de una vida sana y productiva.

Cuando mencionamos la conciencia, nos referimos a aprender vivir conscientemente, es decir, vivir despiertos, en contacto con nuestras verdaderas necesidades, para reconocerlas y satisfacerlas sin evasiones ni autoengaños.

Implica también la detección y aceptación de fortalezas y debilidades, de talentos y límites, que nos permitan elegir opciones acordes con lo que somos y podemos, sin sobreestimarnos ni subestimarnos.

La confianza implica aceptar que con los recursos disponibles, podemos abordar exitosamente los retos de cada día, pues somos seres dotados de grandes capacidades.

El estudio y el trabajo siempre nos llevan al dominio y este es el requisito de la actitud confiada.

Los pequeños logros, alcanzados sistemáticamente, abren la puerta a la idea del “si puedo”.

La responsabilidad es una cualidad de la mentalidad adulta, cuya característica esencial es aceptar responsabilidad por los actos y sus consecuencias.

Es a la vez una renuncia a culpar a otros por lo que elegimos de manera voluntaria.

La persona responsable es un ser poderoso para cambiar favorablemente su existencia.

La voluntad se refiere a la paciencia y a la consistencia para mantener el esfuerzo hasta alcanzar el logro.

No es testarudez ciega, sino empeño inteligente, ese que sabe seguir las señales e intuye cuando continuar y cuando posponer o cambiar.

La iniciativa es la tenencia a dar los primeros pasos en lugar de esperar.

Revela ambición y confianza y es pieza clave para todos los éxitos oportunos.

Si la vida se vive ahora, es más recomendable iniciar que esperar, siempre, claro está que se consideren los factores involucrados y se explote adecuadamente el sentido de la oportunidad.

La creatividad es la búsqueda de las mejores maneras de lograr lo que se desea.

Por lo que resulta una aliada de todo el que emprende el camino hacia la excelencia y la superación de la mediocridad amparada casi siempre en la obsolescencia y la rutina.

Disciplina es orden, estructura, senda.

Los disciplinados ahorran energía, tiempo y esfuerzo y hacen más cercana la distancia entre el estado actual y el estado deseado.

La audacia es la cualidad de los grandes triunfadores, lo que arriesgan más y se hacen merecedores de los mayores premios.

Si bien es cierto que la prudencia es valiosa, debe caminar.

Sin embargo…

Al lado de su complemento que no es otra que la audacia.

Son estos los caminos que debe recorrer, poco a poco, paso a paso, quien lleve en sus alforjas el sueño de avanzar, de trascender, de elevarse por encima de la miseria mental que es en realidad la causa final de la pobreza y del sufrimiento.

En vez de decir “no puedo”, trabaja duro para lograr una mejor forma de vida.

Sólo si entras en la cancha, podrá anotar puntos.

Piensa que es posible y lo será.

Si comienzas a colocar ladrillos, pronto habrás construido una ciudad.

Tolerancia en mi vida...

¿Qué es la tolerancia?

Tolerar es permitir un mal que se puede evitar, con el fin de obtener un bien.

La palabra permitir a veces significa aprobar, pero aquí se utiliza en el sentido de no impedir.

Veamos cualidades de la tolerancia…

La tolerancia requiere distinción entre el bien y el mal, entre verdad y error.

El bien y la verdad no se toleran, sino que se aplauden.

Sólo el mal y el error pueden a veces tolerarse.

La tolerancia se aplica en la práctica, no en la teoría.

En la teoría el mal no se aprueba.

Sólo se permite en la práctica sin llamarlo bien.

Aquí se puede incluir la conocida idea de caridad con las personas y firmeza ante el error.

Sólo hay tolerancia cuando el mal se puede evitar.

Si el mal fuera inevitable, no se trataría de tolerancia sino de paciencia o capacidad de aguante.

Es distinto soportar que tolerar.

La tolerancia forma parte de la prudencia.

Se toma la decisión de permitir el mal con vistas a obtener un bien.

Veamos la diferencia...

La tolerancia es una actitud correcta que no se debe confundir con otros planteamientos.

Para el relativismo no hay verdades y no se distingue entre el bien y el mal.

La tolerancia es diferente pues el mal sigue siendo mal y no bien, aunque se permita.

La comodidad a veces es motivo de permitir males.

Pero aquí el mal se produce por debilidad o egoísmo.

En cambio, en la tolerancia no se permite el mal por estos motivos sino buscando un bien real.

No es correcto hacer un mal para obtener un bien.

Esto es diferente de la tolerancia donde el mal no lo hace uno mismo, sino que se permite que otros lo hagan.

La cooperación al mal de otros es diferente a la tolerancia.

En la cooperación se contribuye al mal por hacer u omitir algo.

En la tolerancia se contribuye al bien que en ese caso exige permitir un mal.

Veamos excesos y defectos de tolerancia…

En cualquier virtud y también en la tolerancia hay errores por exceso o por defecto.

En el primer caso estaríamos en la blandura o permisivismo donde todo se admite.

En el extremo opuesto se sitúa el rigorismo donde nada se permite.

La tolerancia entra en el campo de las decisiones prudenciales, de modo que los ejemplos pueden ser válidos o no según las circunstancias.

A veces lo prudente es ejercitar la tolerancia, pero en el mismo caso con otra situación puede ser mejor atajar el mal.

Veamos unos ejemplos...

En la familia a veces hay que tolerar errores y fallos de los hijos, pero en otras ocasiones hay que corregirlos, en ambos casos se busca el bien de los hijos que unas veces necesitan de fortaleza y otras de amabilidad, ni el excesivo rigor, ni la excesiva blandura son buenas.

Una madre puede dejar a su hijo que tome de la estantería unas cajas vacías sabiendo que se le caerán encima, no le dice nada para que vaya aprendiendo, en cambio, intervendrá inmediatamente si se trata de cajas pesadas o con objetos delicados… en un caso hay tolerancia, en el otro se ataja el mal.

En el ámbito deportivo se permite a unos aficionados que insulten al árbitro o al equipo rival, pero no se tolera que los apedreen.

En el campo de la autoridad civil, suele haber tolerancia con algunos comportamientos juveniles (diversión, ruido, ligeros disturbios... etc.), pero otras actitudes se deben atajar, por ejemplo, las drogas o las locuras conduciendo vehículos.

Sin embargo…

Esas mismas acciones que se toleran en la calle probablemente no se deban permitir en casa ni en el colegio, donde precisamente se intenta educar a los jóvenes.

Incluso el mismo hecho se puede corregir un día y tolerarlo otro, si acaso el chico está más abatido o alterado.

El mal sigue siendo mal, pero a veces la caridad reclama permitirlo.

La tolerancia es prudencial.
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